26.6.09

Dias de furia

Llega un momento en que explotar se convierte en una necesidad, y se vuelve un hecho inminente. Probablemente muchas veces no sea un gran motivo, sino la gota que rebalsa el vaso.

La mayoría suele guardar rencores, suele callarse esas cosas que le molestaron y que lo lastimaron, sin darse cuenta que lo que provocan dentro de si mismos es mucho peor de lo que sería si lo dijeran en voz alta.

Hay de esos raros especímenes que tienen la habilidad de decir lo que piensan y sienten de la manera correcta y en el momento que sucede. Lo dicen, lo exponen, y punto. Ahí termina el tema.

Pero yo creo que siempre queda un resto, nunca termina de limpiarse por completo la herida. Ya sea el todo, o simplemente las cenizas de aquello que algunos saben apagar cuando arde, siempre queda algo. Un poquito de bronca. El recuerdo. La cicatriz ( cerrada o no tanto).

A veces vuelve en forma de reproche. Sacamos a la luz ese tema que nos quedó pendiente con cualquier otra excusa que tengamos a mano. Y el otro no sabe que responder.. ¿Pasado no tan pisado? ¿Cómo nos da la cara para volver tan atrás en el tiempo, si la ventanilla de esa queja ya bajó hace rato?

Sin embargo, hay algo peor que el reproche.

El factor sorpresa, lo imprevisible. De repente es el zumbido de una mosca lo que altera nuestros nervios y nos hace rugir como fieras. Vomitamos violentamente todo tipo de insultos, recuerdos, desgarradores sentimientos. Como si luego de dos mil años de pasividad, el volcán entrara repentinamente en erupción.

Y la onda expansiva se transmite rápidamente. Porque la mala onda solo atrae mala onda, y cuando uno agrede al otro, difícilmente encuentre otra respuesta que no sea a la defensiva. Probablemente sean pocos los que son capaces de desplegar sus caparazones frente a nuestros arranques de cólera, y apenas 1 en billones aquellos capaces de calmar a las fieras.

Los días de furia son después de todo, y a pesar de todo, una forma (muy mala forma) de desahogarnos. Después de haberlo intentado todo, de buscarnos mil y una excusa para darle alguna explicación a aquello que sentimos, a esa violencia irrefrenable, esas ganas de gritarle al mundo que no somos felices, que todo parece salirnos mal y queremos irnos a la mierda y borrar todos esos malos recuerdos de nuestra mente.

El cambio es brusco, porque después del huracán llega la tormenta, y necesitamos llorar, porque esa furia solo se debe a la tristeza que sentimos, al hecho de que se nos hace mas fácil irradiar nuestra rabia a donde quiera que vayamos, a admitir que por dentro estamos hechos pedacitos, y no damos mas.

Y son justamente esas personas a las que les gritamos, exigimos, reclamamos, maltratamos, insultamos, denigramos… son esos nuestros amigos, los que van a estar ahí para recibirnos cuando ya no podamos estar de pie, cuando el desconsuelo nos venza,y ni nuestros cuerpos ni nuestras almas puedan ya

resistir.

17.6.09

Multiple choice

A veces me pregunto si seré yo, o es algo que les pasa a todos.

Porque absolutamente todas las personas tienen otro yo escondido en lo mas recóndito de su ser, esos pensamientos que solo uno conoce, y que son imposibles de contar a nadie. Esas locuras que aparecen repentinamente, pasan volando y unos segundos después uno no puede creer lo que acaba de suceder. Cuando todo es silencio, ocurre el terremoto de ideas, todo se vuelve un caos y aquello que escondíamos para que el mundo no vea, se dispersa por nuestra cabeza como un tóxico gas desconocido.

Pero en mi caso, lo que últimamente me pregunto es si mi problema va mas allá de unos cuantos pensamientos, o si es algo que le pasa a todos y nadie se atreve a confesar.

Aprovechando mi anonimato, puedo confesarles que estoy empezando a creer que tengo un problema de múltiple personalidad. Hay un abismo demasiado grande entre un momento y otro, mis pensamientos, mi estado anímico, se metamorfosean en un clic. Parecen dos personas diferentes. Tres. A veces cuatro, y a veces es una muchedumbre que no puedo controlar.

Me siento bipolar, o una trastornada. ¿Acaso soy yo la freak o es algo comun? El problema es que no tengo ningún parámetro con el que compararme, porque nadie va por la vida con sus trapitos al sol.

Muchas veces me siento como si no supiera que es lo que siento realmente, como si no me terminara de conocer a mi misma. Mis pensamientos muchas veces no coinciden con mis acciones, y no porque sea una hipócrita, sino porque cuando la acción cambia, el pensamiento tambien.

Hay veces que soy mi propia enemiga, en mi cabeza hay una lucha constante, una contraposición de deseos e ideas. Todas influidas por la falta de voluntad, la falta de independencia, la inseguridad.

Como si en mi convivieran distintas fases de un proceso de cambio. Pero el cambio no llega a producirse, ya que todo ocurre a la vez. Desde el principio hasta el final.

Solo yo (cúal de todos?), puedo lograr la concentración.

¿Será que uno necesita hacer ese clic, llegar a donde se logra esa paz interior, donde uno se descubre a si mismos para poder encarar la vida de una manera coherente, con al menos una mínima idea de cómo enfrentarse a ella?



8

Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.
En mí, la personalidad es una especie de forunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. hay personalidades en todas partes: en el vestiíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W.C.
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera!
Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.
¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo -me pregunto- todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...
Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ningun clase de exepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discuciones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.
Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuestra un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas todas juntas a la mierda.

- Oliverio Girondo, Espantapajaros -

4.6.09

Death and all his Friends

¿Y si me muero?

¿Y si me muero y no cumplo con todo lo que vivo soñando, con mis planes para mañana, para la semana que viene, dentro de 10 años?

Supongo que ese es el miedo a la muerte.

No creo que se trate de saber que hay más allá, porque después de todo, tampoco sabemos que hay realmente mas acá.

La muerte implica un fin inevitable. Es indiscutible, no ofrece prórrogas ni cede a las súplicas. Si decide llevarte, lo hará sin pedirle permiso a nadie.

Cualquier cosa en el mundo tiene al menos una posibilidad del 0,01% de revertirse. Pero la muerte nos deja hipnotizados con ese maldito cero. Cero.

No hay retorno, ni hay aviso. No tenemos ni siquiera un ultimátum.

Si tiene que pasar, pasará.

Después de todo, ¿quién no desea un descanso después de un largo día? ¿Quién no llega exhausto a su casa luego de haber trabajado hasta el extremo cansancio, casi arrastrando los pies, con la cabeza inflamada de tanto esfuerzo?

Pero después de haber exprimido un dia. Después de haber atravesado días que valieron la pena, que cumplimos con alguien, que realmente hicimos algo que debíamos, o necesitábamos, o queríamos hacer.

Y nos aliviamos, suspiramos al sacarnos los zapatos, después de haber ansiado tanto acurrucarnos en la cama calentita y relajar cada músculo de nuestro cuerpo, aflojar las tensiones, liberar los pensamientos y escaparnos a algún no lugar. Cerrar lentamente nuestros párpados, y darle fin a ese fructífero día.

Es que mañana hay otra oportunidad. Para repetirlo. Para volver a sentir que hicimos algo. Porque sabemos que va a haber un mañana. Porque sabemos que después de 8 horas donde estamos inconscientes, volveremos a abrir los ojos, levantarnos de la cama, y completar todo lo que dejamos inconcluso, animarnos a hacer aquello para lo que no tuvimos coraje, realizar lo que habíamos postergado.

Pero si la muerte llegara sin tocar la puerta, si atravesara las paredes y se nos presentara vestida de luto, entonces el tiempo desaparecería. Nosotros desapareceríamos. Nuestras manos, nuestro ombligo, nuestros ojos. Yo, no existo. No soy.

¡Pero tenia un objetivo!

¡Pero tenia un sueño!

¡Pero había planeado mi vida!

Deje programada una alarma, un post it en la heladera para no olvidarme regar las plantas, y un mensaje sin responder en el contestador.

No hay peros. No hay Defensa al consumidor.

La Muerte trae consigo una orden irrefutable de llevarse nuestras vidas, y no hay juez alguno a quién pedirle que revoque la sentencia.

Porque si no entendimos, si nunca nos pusimos a pensarlo, fue pura y exclusivamente nuestra culpa.

Si no comprendimos que la vida no nos pertenece, no es un regalo. Es un préstamo, y los intereses se devuelven con creces. Si no supimos ver que nuestros seres estaban hipotecados, si no supimos atrevernos a exprimir hasta la ultima gota, fue nuestro error.

Y nada de quejarse con la Muerte. Porque solo esta haciendo su trabajo, y francamente lo hace excelente.

El asunto es, nosotros.. nos lo merecemos?