29.3.09

The story teller

Hace unos años, creo que dos, escribi un cuento. Hace mucho que no posteo nada, y se me ocurrio publicarlo, por si alguien alguna vez pasa por aca, y quiere sbaer las locuras que pasan por mi mente.

Eternamente mío

No era una cuestión de lo correcto o lo incorrecto. Lo que hay que hacer, hay que hacer. No había un abanico de opciones para elegir, se trataba de mí, en esa absorbente situación que me hacía perder el control absoluto sobre mi vida. Yo estaba ahí, aguardando el momento justo para actuar.
La adrenalina del momento era prácticamente inexistente, sin embargo. Era interminable ya la cuenta, de hacia cuanto tiempo llevaba ocupado solamente en llevar a cabo mi propósito. Tal vez hayan sido las últimas semanas. O quizás los últimos meses. ¿Quién sabe?
Supe al instante que el momento había llegado, cuando me encontré llamándola por teléfono para invitarla a cenar el viernes sin siquiera darme cuenta.
Cuando corté no me invadió ni el miedo ni la excitación, porque tantas veces había imaginado ese momento que ya ni parecía una utopía. En tantas oportunidades había planeado cada detalle, paso por paso. Yo ya sabía que era inevitable. Era el destino incitándome a cruzar la línea entre el deseo y la concreción.
Quizás siempre quise retrasar el momento. Quizás sabía que era la única solución, pero muy en el fondo deseaba que de un momento a otro se me ocurriera, como por arte de magia, otra respuesta. Y estaba conciente que era imposible que hubiera otra manera. No significa que no quisiera hacerlo, la amo con toda mi alma, eso que quede en claro y por escrito. Pero tenía que cuidarme y cuidarla.
No me apresuré. Fui delicado y precavido. Aunque estaba confiado de que todo saldría a la perfección, quería asegurarme de no cometer ningún error.
La espera fue una agonía deliciosa. El tiempo parecía no pasar. El reloj se estancaba. Las horas eran caprichosas, y los días, burlones.
Cuando tocó el timbre, mi pulso no estaba acelerado. Mi corazón latía normalmente. Yo ya lo había comprendido, y estaba tranquilo. Todo iba a salir a la perfección, no tenia ni siquiera que repetírmelo a mi mismo para darme confianza. Yo ya sabía que todo iba a salir bien.
No sé por qué algo falló. Supongo que él no era parte de mi plan; aunque tampoco era un factor inesperado, sabía que llegaría de un momento a otro para quitármela.
Sin embargo, cuando abrí la puerta y lo vi , me quede atónito. Clara me dijo que era un amigo, que esperaba que no me molestara que lo haya invitado sin consultarme.
Solo pude mirarlo, y observar como la observaba. Estaba clarísimo en sus ojos. Él venia a arrancármela, y ella se olvidaría de mi.
Todo pudo haberse derrumbado en ese segundo, si no hubiese sido por la botellita de veneno que guardaba astutamente en la cocina. Lo derramé todo en el plato de él cuando no me veían. No es que haya cometido una estupidez al no matarla a ella de la misma manera, es que siempre suelo elegir el camino más difícil, la opción mas complicada, la ruta mas larga. Vencer obstáculos siempre fue mi especialidad, mientras que cobardía no formaba parte de mi vocabulario.
Aunque bien podría, en un arrebato de insensatez, haberme guardado unas gotas para el plato de ella y todo hubiese terminado con rapidez.
Pero solamente yo, sé que nunca podría haberla matado de una forma tan ruin. Ella merecía más, su perfección no merecía menos. Su cuerpo era una pieza única, con los trazos finos del más hábil pintor, la obra más impactante del mejor escultor. Su cara era de porcelana. Y su boca era dulce, peligrosamente empalagosa; tal su voz, como caramelo. Amaba la sensación que me provocaba su pelo dócil enredándose entre mis dedos, acomodándose sumisamente a la forma de mis manos.
Solíamos recostarnos en la playa y pasar horas juntos bajo el sol. Yo jugando con su pelo dorado que el atrevido sol desteñía y aún así no quitaba su esplendor. Clara con su cabeza junto a la mía, sintiendo mi respiración.
Un verano, en un día de febrero, me dijo que me amaba tanto que tenia miedo que su corazón se partiera en miles de pedacitos. La tomé suavemente del rostro y le murmuré al oído que nunca iba a permitir eso, le prometí que yo cuidaría con mi vida su corazón. Me abrazó fuerte y me contestó que estaba segura que así lo haría. Luego nos besamos y sellamos nuestro pacto.
Eran tiempos maravillosos. Y eran justamente esos instantes los que me hacían adicto a ella. Momentos felices como esos, los que causaron el final.


Cuando el hombre empalideció, y argumentó que no se sentía bien, sentí un escalofrío que me anunciaba el desenlace, casi pude escuchar un ruido de campanas anunciando el principio de un magnificente final.

[Continuará..]

1 comentario:

Hellion dijo...

uno de los mejores relatos que he leído en blog , saludoss y felicidades .